ADIOS PICHI, HASTA LUEGO.
Te conocí en la mocedad,
cada vez que venías de Francia, en la época estival. Me tratabas como un amigo,
dándome las ínfulas de hombre que a esas edades tanto se aprecian. Cuando casi
lo eres pero te queda mucho. Me paseabas por Oviedo en tu flamante Mercedes con
matrícula francesa y como vacilaba yo de primo, de tío o de amigo. Pues que
aquí siempre se presumió de lo de afuera y mucho más entonces.
Compartías picardías
conmigo, que bien me sentía y qué mayor e importante. En las cafeterías y
restaurantes te conocían bien, por buen cliente, desprendido; claro que nunca
presumiste ni del "grandón" automóvil. En las bellaquerías que bien que
congeniábamos y lo que nos reíamos. Bueno, en eso con el tiempo, que me lo
debiste contagiar, o ya tenía predisposición.
Pasaron los años y aquel
mozuelo se fue haciendo mayor, ya con familia, hijos y su trabajo. Presumías tú
de primo, sobrino o amigo importante, siempre me ascendías en el escalafón. No
lo hacías por sacar pecho, era por cariño que se te escapaba a raudales. Tampoco
yo era nadie y menos importante, pero para ti lo era. También tú para mí. No se
cambiaron los papeles no, que en el fondo de las almas había lo mismo: sintonía
y cariño.
Supiste estar en mis peores
momentos como un clavo, en 60 días no faltaste a la cita de ver a mi padre ya
en el momento de emprender su último viaje. Delante de él le gastabas bromas. Luego
salías conmigo al pasillo y se te escapaban las lágrimas, como un hermano lo
querías. Pero ¡cómo sabías estar Pichi! Hoy durante el funeral veía tu cara,
pero estabas sonriente como quiero recordarte, como te recuerdo. Nunca te vi
enfadado, antes se te agrandaban los labios y esbozabas un “la mar serena”.
Yo para fastidiarte te
llamaba tío, tú te cabreabas delante de la gente con esa cara traviesa y
bonachona y decías bien en alto que primo que de tío nada. La historia se
volvía entonces al revés del principio. Tú más joven, yo mayor. Era una forma
como otra cualquiera de estar empatados. Igual que hacías conmigo de mozalbete.
Entonces yo te lo agradecía, tú ahora a mí. Es que las almas que se quieren no
tienen edades y tienden a fundirse buscando los recovecos que sean menester.
Me tenías. Te tenía. Nos
teníamos, cuántos secretos te has llevado contigo y los que yo me guardo para
cuando te vuelva a abrazar. A lo malo o a lo peor también que le dabas la
vuelta para buscar algo bueno. Cuando no lo había por imposible, mirabas para
otro lado. Pasabas página. Luego aún sin ser demasiado mayor, estando fuerte
como un chicarrón del norte, desprendiendo la energía de un chavalín, todo un
cúmulo de circunstancias hizo mella en tu cuerpo.
Me sonreías cuando te iba a
ver y me juntaba al lado de la cama del Hospital. Hasta te enfadabas si me
marchaba, que había sido poco tiempo. Pero también lo hacías con la picaruela
sonrisa. Esa que nunca dejaste de pasear contigo Pichi. Tampoco la podías soltar
de la mano, que iba en tu mismo ser.
Luego ya no quise verte. Sé que
tu estado tampoco te lo permitía, en el sentido de que faltarían las picardías
y nuestras charlas. La morfina que te ponían se interpuso, preferí recordarte
de la manera que siempre fuiste. No habría otra entre tú y yo. Claro que sé que
lo entiendes Pichi. Ni falta hace que me lo digas.
Hoy fui a darte el
último adiós, pero es más bien un hasta luego. Pronto nos daremos un abrazo,
que el tiempo es efímero, retomaremos nuestras pillerías y complicidades. Algo encontraremos para contarnos y pasarlo bien. Sigo viendo
tu cara sonriente, hasta mientras escribo ahora. Seguro que me estás diciendo “cacho
cabrón”. Claro que sí Pichi, claro que sí. Es como si me dijeras te quiero. Yo
también a ti. Hasta luego Pichi. ¡Es mentira, no estoy llorando! Es que me
sudan los ojos.
José Cuevas,
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