EL AULLIDO DE LAS CABRONAS


Ya cansado de “El silencio de los corderos”, aquella novela de Thomas Harris que en algunos Países se tradujo por “El silencio de los inocentes”, pensé (porque dentro de la locura, pienso), ¿Y por qué no lo cambiamos por el aullido de las cabronas? No me refiero claro está a la hembra del cabrón. Aunque se prefiere decir esto y no lo de cabrona. Sí que es un insulto o bien define a quien molesta a otro, con mala intención o con sus faenas. Pero lo perjudica aunque a lo mejor no fuera esa su primera intención. Me da igual. La realidad última de la cabrona es molestar, perjudicar. Sobre todo que no vean que ella o ellas son las cabronas. ¡Por Dios, que somos unas Santas señoras! Aquél que veis allí, sí, pues ese es el malo, el demonio mismo. Tened mucho cuidado con él que es un encantador de serpientes.

Pero a pesar de todo uno sigue intentando ser un caballero, seguro que no lo consigo la mayoría de las veces, pero a fe mía que por intentarlo no es. Y precisamente aquí está mi pequeña virtud, (seguro que muy pocas tengo), pues no va la derrota en el caer, si no en no saber levantarse, o cuando poco en no intentarlo. En ese acto se incluye precisamente la excelencia. Algo es algo, por lo menos.

Aquí no me voy a referir a los tetrápodos, ni tampoco a persona o personas concretas ni siquiera inconcretas. No voy dedicarlo a nadie, como hizo Quevedo en “Gracias y desgracias del ojo del culo”, de obligada lectura por cierto. Mucha imaginación la de Quevedo y muchas verdades en un tema tan obscuro, ¡Vive Dios!

Es, o pretende ser una simple reflexión, en alto, equivocada o no, pero mía. Al ser simple ya parto con desventaja, toda la que conlleva la sencillez, más no porque yo sea sencillo. Pues eso, que siempre hablamos de los inocentes, de los corderos. Faltan heroínas y sinvergüenzas también, que tanto lo uno como lo otro ha sido reservado casi en exclusiva para los hombres. Y no estoy de acuerdo. Por eso apelo a Céfiro, el más suave de todos. Porque lo que hago, precisamente es un soplo, por tanto viento en pequeño.

Nos empeñamos en destruir, en confundir en oponer a los géneros. No nos dedicamos al acercamiento, la comprensión y el aprendizaje del contrario o de la contraria, que de géneros he dicho que va. Por supuesto que no somos iguales, a Dios gracias las diferencias existen y en llegar a ellas lo más cerca que poder nos fuere, está precisamente el secreto. Pero sí que es cierto que hay cabronas que aúllan. Las hubo y las habrá. También cabrones, de estos se escribió mucho más siempre. De aquellas no. 

Que la pureza no está en la belleza, ni en la ausencia de suciedad. Yo veo la pureza en las cabronas también, que ni el cuarto número triangular pero tampoco el valor vacío de Claudio Ptolomeo. Así entiendo yo que debe de ser, que las cabronas ruidosas ni son tan buenas ni tan malas. La virtud está en el punto medio entre dos extremos viciosos, que diría Aristóteles. Y resplandece en las desgracias, claro que sí. Pues las cabronas que aúllen, eso significa que viven, que son y están. Claro que no me he parado a pensar el motivo de los aullidos.

Al ser hembras, se puede aullar por motivos varios. O berrean, susurran, rebuznan, gorjean, marramizan, si están en celo claro. No me paré en este detalle. Pero ya advertido no me detengo tampoco en él, que el celo también lo veo como que normal. Por eso en vez de gritar, tautean, que no pían. Es bonito y natural el estro si no fuera porque afecta también al comportamiento de los machos mamíferos, y aunque lo afecten igual de bonito es, claro está.

Otras hembras cabronas que aúllan lo hacen por desesperación o para llamar la atención Si fuese por lo primero requeriría un análisis que lógicamente está fuera de mi alcance. Lo malo es que siendo lo segundo tampoco se me avecinan ideas claras al respecto. ¿Me quedo entonces con la estridencia? Si me diere por esto último dejaría de ser el osado y el atrevido, el aguerrido de facundia locuaz que me llamó D. Amando de Miguel. Además, aunque quisiera, que no quiero, no podría pues ya no sería yo mismo. Por tanto, ¡al ataque gran héroe del estilete o de la cañita sobre la tabla de arcilla!

Si es por desesperación, pinta mal, muy mal. No tienen ni cólera ni esperanza y eso debe de ser feo ya que también indica enojo. A menos que vayamos a aquel pueblo que se anunciaba con un gato muerto pinchado en un cartel de bienvenida, con el mismo nombre: Desesperación. Mejor era que te matase el policía loco o poseído y cuanto antes. Lo otro que esperaba al visitante, mejor ni mentarlo. Demasiado horrible, siendo por eso preferida la muerte. Ni bueno, ni prudente y muy distante de inteligente. Es que sólo nos paramos a oler las flores del campo y no nos adentramos en el bosque. Eso cuesta más, demasiado sacrificio para un ser vago. Cerca dela aprosexia también.

Si es por llamar la atención es creo que peor aún: quieren llenar sus necesidades y emociones con las de los demás. Por tanto faltan aquéllas. Todo lo que es ausencia empobrece. Así como yo dije a veces, el ateísmo no es la ausencia de religión, es la religión de la ausencia. Qué palabra tan vacía ¿verdad? También llaman la atención las que aúllan, para imponer sus propias ideas, desechando las de los demás. Casa bien con regañar, por cierto. Aunque el mejor regalo que podemos dar a una persona no es aullar como cabrona, sino concederle nuestra íntegra atención. Claro que también podemos ligarlo a distracción, que no deja de ser la característica de un ser deprimido. Estar deprimido tampoco es bueno. Yo en realidad quiero el aullido de las cabronas, también a ellas, cuando menos te ayudan a pensar, son y están, como seres vivos ya basta para el cariño de la especie. Se agradece y estima en alta medida las estridencias y sonoridades de los aullidos.

Dedicado especialmente a todas aquellas que escriben pero nada dicen, que hablan pero no enseñan, que enseñan pero ocultan, que aúllan pero no sienten, que sienten pero no aúllan, que ni hablan ni escriben ni sienten. Que no dicen nada, que no aportan, que no unen, que se creen el ombligo del Mundo. A las que sólo aúllan y son cabronas, sin más.

Y termino con una cita de Aristóteles: “Enojarse es fácil, pero enojarse en la magnitud adecuada, con la persona adecuada, en el momento adecuado eso es cosa de sabios”.

PD: Otro día tocará al género masculino. Es que el femenino se usa menos y eso tampoco es bueno para la igualdad ¿no?

José Cuevas,





Comentarios

  1. Ja, ja, ja...

    Muy bueno.

    Me recuerdo tanto a ... tantas.

    Un saludo desde el Ministerio de Equilibrio,

    Fausto

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