SOLEDAD EN PAREJA
Traigo aquí un mandamiento tan
gordo que no vengo a humo de pajas. ¿Cómo me meteré yo en estos dibujos? Por
osado que va el papel, que no por docto. Así que sobran los miramientos, que
ello se ha de contar en la manera mejor que pueda. Todos los borrones que me
salgan, sean disculpados. Y si en algo acierto tampoco merezco el aplauso. No
lo intento con malas mañas, que os aseguro no lo son. Eso sí mi atrevimiento,
como de costumbre, va proporcionado a todos los errores que antes de la primera
letra ya existen. No digo nada de la última.
No va esto contra el hombre ni
contra la mujer. A ninguno de los dos. Sólo va porque me sale y que cosas de
estas sí pasan, más a menudo de lo que pensamos. Y es que el casamiento,
matrimonio o pareja, no se hizo para estar sólo. Tampoco para mal acompañado. Y
entre estar sólo y mal acompañado va una gran diferencia, a mi modo de ver: el
que está sólo en pareja, es que también está mal acompañado. Peor entonces.
No quiero ir en tema tan serio
como un “correquetealcanzo”, ni zurreando y no sé a bien decir, por dónde
empezar, que es muy honda la hechura y tengo las neuronas al galope, siendo
cortas sus patas. Serán entonces mis barruntos. Haré lo que pueda y procuraré
no estar demasiado atolondrado. Pero ¿habrá mayor amargura que sentir soledad
en pareja? Si la hay no la conozco y si la conociese ahora en serio que no la
recuerdo.
Está de moda el maltrato, por
desgracia, por demasiada diría yo. Y cuando hablo de aquello me dirijo al de
ambos géneros. Que la propia Ley se contradice en su introito. Dice violencia
de género y hasta donde llego, el género puede ser masculino o femenino. “Initium
doctrinae sit consideratio nominis”, que decía Epícteto, citado por Mendizabal.
Y ahí está el primer error de la norma. Dejaron los pensares de verdad en un
baúl y se subieron encima. Y así nada bueno puede salir al normativizar sobre
lo que ni se conoce de nombre. ¡Déjome ya de opiniones y apriorismos jurídicos!
Así que a expulgar y rascar el lenguaje para llegar aunque sea zozobrando a
algún puerto. Y que no me cojan ni la tempestad, ni los piratas me asalten. Que
esta maniobra pretendo realizarla desde la calma chicha, toda la que el tema me
deje y pueda.
Pues que empiezo con los
maltratos y distingo: las mujeres que son maltratadas de los hombres. Si así debo
llamarlos, aunque sólo fuere por nombrar, que no lo son. Aquellas son más
astutas, nosotros más brutos. Usan ellas el psicológico, los otros el físico.
Aquél es muy malo, este también. Conozco casos de maltrato que en realidad no
lo fueron. El hombre sentenciado ahorcado por el desatino de la Ley, que no del
Juez. La mujer consiguió lo que pretendía: el divorcio exprés que lo llaman.
Saltarán las feminazis y me pondrán de vuelta y media. Total, para el caso que
las hago. Que la realidad solo tiene un camino, los atajos son de tarabillas. Y
es que no hay más, pues si somos todos iguales ante la Ley ¿cómo es que la
bofetada de una mujer y la de un hombre tienen tratos y condenas diferentes? Es
terrible para el varón el maltrato psicológico, estando enamorado. Se deja
montar con la humillación diaria y se calla. Cuando le toca hablar ya es tarde.
En eso nos ganan las mujeres. Es así de duro y de claro.
El maltrato del varón, que ya no
le llamo hombre, va por lo fácil: usar la fuerza contra un ser o persona que
por anatomía es inferior. Ya comienza por tanto con la mayor cobardía, pues no
estamos en las mismas condiciones. Tal cortedad en sí no tiene explicación.
Llevada a la práctica mucho menos. ¿Por qué has de pegar a la hembra so cabrón?
Nadie te obliga a seguir a su lado, pues deja de envedijarte con ella y búscate
una pared para embestirla con tu cabeza, que así sentirás lo que es dolor.
Pero hay más formas.
Desgraciadamente el hombre y la mujer es un Mundo enorme y sin final, parece
ser. La astucia de la mujer y la bestialidad del hombre, aunque de puntillas ha
sido ya anotada. No merece mucha más parada por tanto, en lo que yo pretendo
con esto. De chirrichotes sería pensar otra cosa, por exceso o por defecto y no
es el caso.
Es aún peor el maltrato del varón
sobre su compañera, cuando va auxiliado del desdén, vacío, olvido,
apartamiento, ignorancia. De ignorarla digo, prescindiendo de ella y
desatendiéndola en todos los sentidos. No me refiero claro está al íntimo, que
también tiene mayúscula importancia y más cuando el tiempo pasa y no berran las
hormonas por su mudanza. El bergantón la pega, la maltrata y la “cuida” peor
que a un mueble. Que ni la toca ni la escucha, ni la abraza ni la mima. Y todos
necesitamos de caricias, de achuchones, mimos. Hasta para esto hay que tener
capacidad, y los hay que ni eso. ¿Cómo puede sentirse una mujer ante tal
desatino y felonía? No puedo ni imaginármelo, tampoco casi que ni quiero. Duele
hasta pensarlo. Que ya me está doliendo.
Como el perro del hortelano, ni
comen ni dejan comer, pero además pegan, humillan y producen dolores, los del
Alma en la compañera. Los del cuerpo también, más aquellos pienso que por ocultos
en jolito son más sufridos. Ensucian la esencia del ser, las entrañas y eso
tiene mala limpieza. A ti mujer, te diría: no te hundas, no lo mereces. Otros
se pirrarían por ti. Yo ya lo estoy por tu dulce humanidad, por tu alma y tu
ser, por tu sufrir en silencio. Vales mucho, mírate al espejo y mira bien lo
que ves. Que nadie te diga lo que tienes que ver, míralo tú misma,
engolondrínate y admírate. ¡Que sufran los humanos! Tú no. Y ya me dejo de
filaterías, que es mayor desdicha que la soga arrastre al hombre, no ir
arrastrando la soga.
Pues que vivas, mujer. Que ames y
sientas, dile al hombre fuerte Neanderthal que se lo pierde, porque no lo
merece. Que no te presuma de tener sangre en el ojo y si lo hace peor para él,
mejor demuestra su torpeza, queda al desnudo toda su vulgaridad y la pobreza de
su ser. El tuyo no, mujer. El tuyo ha crecido aunque no te des cuenta aún.
A ti pues, mujer te dedico el “amor
constante, más allá de la muerte”. Pero recuerda lo que dijo el poeta Goethe al morir: “Dios mío, pensar que
me muero y no he vivido” ¡Pues vive, que ya es hora!
Cerrar podrá
mis ojos la postrera
Sombra que me
llevare el blanco día
Y podrá
desatar esta alma mía
Hora a su
afán ansioso lisonjera
Más no de esa
otra parte en la ribera
Dejará la
memoria en donde ardía
Nadar sabe mi
llama el agua fría
Y perder el
respeto a la ley severa
Alma a quien
todo un Dios prisión ha sido
Venas que
humor a tanto fuego han dado
Médulas que
han gloriosamente ardido
Su cuerpo
dejará, no su cuidado
Serán ceniza,
más tendrá sentido
Polvo serán,
más polvo enamorado.
José Cuevas,
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