PENSAMIENTO MODERNO
»Cuando,
en marzo de 1762, un hombre nefasto, que se llamaba Juan Jacobo Rousseau,
publicó El contrato social, dejó de ser la verdad política una entidad
permanente. Antes, en otras épocas más profundas, los Estados, que eran
ejecutores de misiones históricas, tenían inscritas sobre sus frentes, y aun
sobre los astros, la justicia y la verdad. Juan Jacobo Rousseau vino a decirnos
que la justicia y la verdad no eran categorías permanentes de razón, sino que
eran, en cada instante, decisiones de voluntad.
»Juan
Jacobo Rousseau suponía que el conjunto de los que vivimos en un pueblo tiene
un alma superior, de jerarquía diferente a cada una de nuestras almas, y que
ese yo superior está dotado de una voluntad infalible, capaz de definir en cada
instante lo justo y lo injusto, el bien y el mal. Y como esa voluntad
colectiva, esa voluntad soberana, sólo se expresa por medio del sufragio
conjetura de los más que triunfa sobre la de los menos en la adivinación de la
voluntad superior, venía a resultar que el sufragio, esa farsa de las papeletas
entradas en una urna de cristal, tenía la virtud de decirnos en cada instante
si Dios existía o no existía, si la verdad era la verdad o no era la verdad, si
la Patria debía permanecer o si era mejor que, en un momento, se suicidase.
»Como
el Estado liberal fue un servidor de esa doctrina, vino a constituirse no ya en
el ejecutor resuelto de los destinos patrios, sino en el espectador de las
luchas electorales. Para el Estado liberal sólo era lo importante que en las
mesas de votación hubiera sentado un determinado número de señores; que las
elecciones empezaran a las ocho y acabaran a las cuatro; que no se rompieran
las urnas. Cuando el ser rotas es el más noble destino de todas las urnas.
Después, a respetar tranquilamente lo que de las urnas saliera, como si a él no
le importase nada. Es decir, que los gobernantes liberales no creían ni
siquiera en su misión propia; no creían que ellos mismos estuviesen allí
cumpliendo un respetable deber, sino que todo el que pensara lo contrario y se
propusiera asaltar el Estado, por las buenas o por las malas, tenía igual
derecho a decirlo y a intentarlo que los, guardianes del Estado mismo a
defenderlo.
»De
ahí vino el sistema democrático, que es, en primer lugar, el más ruinoso
sistema de derroche de energías. Un hombre dotado para la altísima función de
gobernar, que es tal vez la más noble de las funciones humanas, tenía que
dedicar el ochenta, el noventa o el noventa y cinco por ciento de su energía a
sustanciar reclamaciones formularias, a hacer propaganda electoral, a dormitar
en los escaños del Congreso, a adular a los electores, a aguantar sus
impertinencias, porque de los electores iba a recibir el Poder; a soportar
humillaciones y vejámenes de los que, precisamente por la función casi divina
de gobernar, estaban llamados a obedecerle; y si, después de todo eso, le
quedaba un sobrante de algunas horas en la madrugada, o de algunos minutos
robados a un descanso intranquilo, en ese mínimo sobrante es cuando el hombre
dotado para gobernar podía pensar seriamente en las funciones sustantivas de
Gobierno.
»Vino
después la pérdida de la unidad espiritual de los pueblos, porque como el
sistema funcionaba sobre el logro de las mayorías, todo aquel que aspiraba a
ganar el sistema, tenía que procurarse la mayoría de los sufragios. Y tenía que
procurárselos robándolos, si era preciso, a los otros partidos, y para ello no
tenía que vacilar en calumniarlos, en verter sobre ellos las peores injurias,
en faltar deliberadamente a la verdad, en no desperdiciar un solo resorte de
mentira y de envilecimiento. Y así, siendo la fraternidad uno de los postulados
que el Estado liberal nos mostraba en su frontispicio, no hubo nunca situación
de vida colectiva donde los hombres injuriados, enemigos unos de otros, se
sintieran menos hermanos que en la vida turbulenta y desagradable del Estado
liberal.
»Y,
por último, el Estado liberal vino a depararnos la esclavitud económica, porque
a los obreros, con trágico sarcasmo, se les decía: «Sois libres de trabajar lo
que queráis; nadie puede compeleros a que aceptéis unas u otras condiciones;
ahora bien: como nosotros somos los ricos, os ofrecemos las condiciones que nos
parecen; vosotros, ciudadanos libres, si no queréis, no estáis obligados a
aceptarlas; pero vosotros, ciudadanos pobres, si no aceptáis las condiciones
que nosotros os impongamos, moriréis de hambre, rodeados de la máxima dignidad
liberal». Y así veríais cómo en los países donde se ha llegado a tener
Parlamentos más brillantes e instituciones democráticas más finas, no teníais
más que separamos unos cientos de metros de los barrios lujosos para
encontramos con tugurios infectos donde vivían hacinados los obreros y sus
familias, en un límite de decoro casi infrahumano. Y os encontraríais
trabajadores de los campos que de sol a sol se doblaban sobre la tierra,
abrasadas las costillas, y que ganaban en todo el año, gracias al libre juego
de la economía liberal, setenta u ochenta jornales de tres pesetas.
»Por
eso tuvo que nacer, y fue justo su nacimiento (nosotros no recatamos ninguna
verdad), el socialismo. Los obreros tuvieron que defenderse contra aquel
sistema, que sólo les daba promesas de derechos, pero no se cuidaba de
proporcionarles una vida justa.
»Ahora,
que el socialismo, que fue una reacción legítima contra aquella esclavitud
liberal, vino a descarriarse, porque dio, primero, en la interpretación materialista
de la vida y de la Historia; segundo, en un sentido de represalia; tercero, en
una proclamación del dogma de la lucha de clases.
»El
socialismo, sobre todo el socialismo que construyeron, impasibles en la
frialdad de sus gabinetes, los apóstoles socialistas, en quienes creen los
pobres obreros, y que ya nos ha descubierto tal como eran Alfonso García
Valdecasas; el socialismo así entendido, no ve en la Historia sino un juego de
resortes económicos: lo espiritual se suprime; la Religión es un opio del
pueblo; la Patria es un mito para explotar a los desgraciados. Todo eso dice el
socialismo. No hay más que producción, organización económica. Así es que los
obreros tienen que estrujar bien sus almas para que no quede dentro de ellas la
menor gota de espiritualidad.
»No
aspira el socialismo a restablecer una justicia social rota por el mal
funcionamiento de los Estados liberales, sino que aspira a la represalia;
aspira a llegar en la injusticia a tantos grados más allá cuantos más acá
llegaran en la injusticia los sistemas liberales.
»Por
último, el socialismo proclama el dogma monstruoso de la lucha de clases;
proclama el dogma de que las luchas entre las clases son indispensables, y se
producen naturalmente en la vida, porque no puede haber nunca nada que las
aplaque. Y el socialismo, que vino a ser una crítica justa del liberalismo
económico, nos trajo, por otro camino, lo mismo que el liberalismo económico:
la disgregación, el odio, la separación, el olvido de todo vínculo de hermandad
y de solidaridad entre los hombres.
»Así
resulta que cuando nosotros, los hombres de nuestra generación, abrimos los
ojos, nos encontramos con un mundo en ruina moral, un mundo escindido en toda
suerte de diferencias; y por lo que nos toca de cerca, nos encontramos en una
España en ruina moral, una España dividida por todos los odios y por todas las
pugnas. Y así, nosotros hemos tenido que llorar en el fondo de nuestra alma
cuando recorríamos los pueblos de esa España maravillosa, esos pueblos en donde
todavía, bajo la capa más humilde, se descubren gentes dotadas de una elegancia
rústica que no tienen un gesto excesivo ni una palabra ociosa, gentes que viven
sobre una tierra seca en apariencia, con sequedad exterior, pero que nos
asombra con la fecundidad que estalla en el triunfo de los pámpanos y los
trigos. Cuando recorríamos esas tierras y veíamos esas gentes, y las sabíamos
torturadas por pequeños caciques, olvidadas por todos los grupos, divididas,
envenenadas por predicaciones tortuosas, teníamos que pensar de todo ese pueblo
lo que él mismo cantaba del Cid al verle errar por campos de Castilla,
desterrado de Burgos:»¡Dios, qué buen vasallo si ovierá buen señor!
»Eso
vinimos a encontrar nosotros en el movimiento que empieza en ese día: ese
legítimo soñar de España; pero un señor como el de San Francisco de Borja, un
señor que no se nos muera. Y para que no se nos muera, ha de ser un señor que
no sea, al propio tiempo, esclavo de un interés de grupo ni de un interés de
clase.
»El
movimiento de hoy, que no es de partido, sino que es un movimiento, casi
podríamos decir un antipartido, sépase desde ahora, no es de derechas ni de
izquierdas. Porque en el fondo, la derecha es la aspiración a mantener una
organización económica, aunque sea injusta, y la izquierda es, en el fondo, el
deseo de subvertir una organización económica, aunque al subvertiría se
arrastren muchas cosas buenas. Luego, esto se decora en unos y otros con una
serie de consideraciones espirituales. Sepan todos los que nos escuchan de
buena fe que estas consideraciones espirituales caben todas en nuestro
movimiento; pero que nuestro movimiento por nada atará sus destinos al interés
de grupo o al interés de clase que anida bajo la división superficial de
derechas e izquierdas.
»La
Patria es una unidad total, en que se integran todos los individuos y todas las
clases; la Patria no puede estar en manos de la clase más fuerte ni del partido
mejor organizado. La Patria es una síntesis trascendente, una síntesis
indivisible, con fines propios que cumplir; y nosotros lo que queremos es que
el movimiento de este día, y el Estado que cree, sea el instrumento eficaz,
autoritario, al servicio de una unidad indiscutible, de esa unidad permanente,
de esa unidad irrevocable que se llama Patria.
»Y
con eso ya tenemos todo el motor de nuestros actos futuros y de nuestra
conducta presente, porque nosotros seríamos un partido más si viniéramos a
enunciar un programa de soluciones concretas. Tales programas tienen la ventaja
de que nunca se cumplen. En cambio, cuando se tiene un sentido permanente ante
la Historia y ante la vida, ese propio sentido nos da las soluciones ante lo
concreto, como el amor nos dice en qué caso debemos reñir y en qué caso nos
debemos abrazar, sin que un verdadero amor tenga hecho un mínimo programa de abrazos
y de riñas.
»He
aquí lo que exige nuestro sentido total de la Patria y del Estado que ha de
servirla.
»Que
todos los pueblos de España, por diversos que sean, se sientan armonizados en
una irrevocable unidad de destino.
»Que
desaparezcan los partidos políticos. Nadie ha nacido nunca miembro de un
partido político; en cambio, nacemos todos miembros de una familia; somos todos
vecinos de un Municipio; nos afanamos todos en el ejercicio de un trabajo. Pues
si ésas son nuestras unidades naturales, si la familia y el Municipio y la
corporación es en lo que de veras vivimos, ¿para qué necesitamos el instrumento
intermediario y pernicioso de los partidos políticos, que, para unimos en
grupos artificiales, empiezan por desunimos en nuestras realidades auténticas?
»Queremos
menos palabrería liberal y más respeto a la libertad profunda del hombre.
Porque sólo se respeta la libertad del hombre cuando se le estima, como
nosotros le estimamos, portador de valores eternos; cuando se le estima
envoltura corporal de un alma que es capaz de condenarse y de salvarse. Sólo
cuando al hombre se le considera así, se puede decir que se respeta de veras su
libertad, y más todavía si esa libertad se conjuga, como nosotros pretendemos,
en un sistema de autoridad, de jerarquía y de orden.
»Queremos
que todos se sientan miembros de una comunidad seria y completa; es decir, que
las funciones a realizar son muchas: unos, con el trabajo manual; otros, con el
trabajo del espíritu; algunos, con un magisterio de costumbres y refinamientos.
Pero que en una comunidad tal como la que nosotros apetecernos, sépase desde
ahora, no debe haber convidados ni debe haber zánganos.
»Queremos
que no se canten derechos individuales de los que no pueden cumplirse nunca en
casa de los famélicos, sino que se dé a todo hombre, a todo miembro de la
comunidad política, por el hecho de serio, la manera de ganarse con su trabajo
una vida humana, justa y digna.
»Queremos
que el espíritu religioso, clave de los mejores arcos de nuestra Historia, sea
respetado y amparado como merece, sin que por eso el Estado se inmiscuya en
funciones que no le son propias ni comparta como lo hacía, tal vez por otros
intereses que los de la verdadera Religión funciones que sí le corresponde
realizar por sí mismo.
»Queremos
que España recobre resueltamente el sentido universal de su cultura y de su
Historia.
»Y
queremos, por último, que si esto ha de lograrse en algún caso por la
violencia, no nos detengamos ante la violencia. Porque, ¿quién ha dicho al
hablar de "todo menos la violencia" que la suprema jerarquía de los
valores morales reside en la amabilidad? ¿Quién ha dicho que cuando insultan
nuestros sentimientos, antes que reaccionar como hombres, estamos obligados a
ser amables? Bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento de
comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los
puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria.
»Esto
es lo que pensamos nosotros del Estado futuro que hemos de afanamos en
edificar.
Pero
nuestro movimiento no estaría del todo entendido si se creyera que es una
manera de pensar tan sólo; no es una manera de pensar: es una manera de ser. No
debemos proponemos sólo la construcción, la arquitectura política. Tenemos que
adoptar, ante la vida entera, en cada uno de nuestros actos, una actitud
humana, profunda y completa. Esta actitud es el espíritu de servicio y de
sacrificio, el sentido ascético y militar de la vida. Así, pues, no imagine
nadie que aquí se recluta para ofrecer prebendas; no imagine nadie que aquí nos
reunimos para defender privilegios. Yo quisiera que este micrófono que tengo
delante llevara mi voz hasta los últimos rincones de los hogares obreros, para
decirles: sí, nosotros llevamos corbata; sí, de nosotros podéis decir que somos
señoritos. Pero traemos el espíritu de lucha precisamente por aquello que no
nos interesa como señoritos; venimos a luchar porque a muchos de nuestras
clases se les impongan sacrificios duros y justos, y venimos a luchar por que
un Estado totalitario alcance con sus bienes lo mismo a los poderosos que a los
humildes. Y así somos, porque así lo fueron siempre en la Historia los
señoritos de España. Así lograron alcanzar la jerarquía verdadera de señores,
porque en tierras lejanas, y en nuestra Patria misma, supieron arrostrar la
muerte y cargar con las misiones más duras, por aquello que precisamente, como
a tales señoritos, no les importaba nada.
»Yo
creo que está alzada la bandera. Ahora vamos a defenderla alegremente,
poéticamente. Porque hay algunos que frente a la marcha de la revolución creen
que para aunar voluntades conviene ofrecer las soluciones más tibias; creen que
se debe ocultar en la propaganda todo lo que pueda despertar una emoción o
señalar una actitud enérgica y extrema. ¡Qué equivocación! A los pueblos no los
han movido nunca más que los poetas, y ¡ay del que no sepa levantar, frente a
la poesía que destruye, la poesía que promete!
»En
un movimiento poético, nosotros levantaremos este fervoroso afán de España;
nosotros nos sacrificaremos; nosotros renunciaremos, y de nosotros será el
triunfo, triunfo que ¿para qué os lo voy a decir? no vamos a lograr en las
elecciones próximas. En estas elecciones votad lo que os parezca menos malo.
Pero no saldrá de ahí vuestra España, ni está ahí nuestro marco. Esa es una
atmósfera turbia, ya cansada, como de taberna al final de una noche crapulosa.
No está ahí nuestro sitio. Yo creo, sí, que soy candidato; pero lo soy sin fe y
sin respeto. Y esto lo digo ahora, cuando ello puede hacer que se me retraigan
todos los votos. No me importa nada. Nosotros no vamos a ir a disputar a los
habituales los restos desabridos de un banquete sucio. Nuestro sitio está
fuera, aunque tal vez transitemos, de paso, por el otro. Nuestro sitio está al
aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo alto, las estrellas,
Que sigan los demás con sus festines. Nosotros fuera, en vigilancia tensa,
fervorosa y segura, ya presentimos el amanecer en la alegría de nuestras
entrañas.»
Por supuesto que este escrito no es mío, como habréis adivinado al instante. En unos momentos donde lo "moderno" es ser de izquierdas, lo progresista vamos. Como si tuvieran los marxistas el monopolio del avance y los demás quisiéramos seguir viendo la televisión en blanco y negro. Sólo escudriñar las Naciones donde está implantado. Simplemente dan pena. No obstante los "cucuyos" siguen con la misma cantinela que ya cansa. Ven la nave haciendo aguas, pero siguen defendiendo lo que no tiene defensa. ¡Que sois unos carcas atrasados!, nos espetan tan panchos.
Este pensamiento hoy escrito, así, tal cual, porque me da la gana de ponerlo, porque no me avergüenzo de compartir la mayoría de su esencia y por muchas cosas más, es exactamente el discurso de José Antonio Primo de Rivera exponiendo los puntos fundamentales de Falange Española, el día 29 de octubre de 1.933 en Madrid. Si muchos lo estudiaran, si no supieran quién lo escribió, de seguro que cuando menos les daría que pensar y compartirían más de lo que nos imaginamos. El problema es que, ¡Claro!, lo escribió José Antonio.
El 17
de Noviembre de 1936 José Antonio es juzgado por rebelión militar, el mismo
asumió su propia defensa, la de su hermano Miguel y la esposa de este Margarita
Larios.
Su
actuación es cálida y brillante, un diario izquierdista alicantino escribía el
día siguiente: -"Gesto, voz y palabra se funden en una obra maestra de
la oratoria forense, que el público escucha con recogimiento, atención y
evidentes signos de interés." El mismo dirigente socialista Indalecio
Prieto, amigo de José Antonio, buscó pruebas que desvincularan a José Antonio
del alzamiento militar, ante lo cual el gobernador civil de Alicante, que era
comunista, ordenó una investigación policial al respecto e intentó obstaculizar
las indagaciones. José Antonio adució en su defensa editoriales de Arriba en
las que atacaba a las derechas, recalcó que los militares no hicieron el menor
intento por liberarle y que los periódicos de la zona rebelde habían publicado
listas con los nombres del futuro gobierno "nacional" sin que
figurase su nombre.
A
pesar de su elocuencia José Antonio es condenado a muerte, su hermano Miguel a
treinta años de prisión y Margarita, su cuñada a tres años. Todo ello en base a
pruebas circunstanciales.
José
Antonio recurrió en apelación; pero el caos reinaba. Así, el Consejo de
Ministros se reunía para decidir la ejecución y cuando aún no había llegado a
una decisión, era fusilado con 33 años la mañana del 20 de Noviembre en el
patio de la cárcel de Alicante, junto a otros cuatro jóvenes del pueblo
alicantino de Novelda. Sus últimos escritos fueron su testamento, fechado el 18
de Noviembre y breves notas a amigos y familiares. Su ultima voluntad fue que
limpiaran el patio de la cárcel para que su hermano Miguel no tuviera que pisar
su sangre.
Sus
restos mortales fueron enterrados en una fosa común. En Noviembre de 1939 sus
restos fueron trasladados desde Alicante hasta El Escorial, a cuatrocientos
cincuenta kilómetros. Posteriormente fue trasladado desde al Valle de Los
Caídos de Madrid, a hombros de sus camaradas, monumento levantado a los caídos
de ambos bandos durante la trágica Guerra Civil Española.
El
anarquista Abad de Santillán escribió: "Los españoles de esta talla,
los patriotas como él, no son peligrosos, y no se han de considerar enemigos. ¡Cómo
habría cambiado el destino de España sí hubiera sido posible un acuerdo entre
nosotros como deseaba Primo de Rivera!”
José Cuevas,
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