MEMORIA EN SU MEMORIA (2)
EL
ESTALLIDO DE LA GUERRA CIVIL. VAMOS HACIA EL CAOS.
En
la mañana del 17 julio de 1.936 las tropas del Marruecos español se habían
declarado independientes del Gobierno y no se sabía lo que estaba ocurriendo
exactamente en algunas ciudades de provincias. De repente, durante la noche, la
situación se puso más seria. Desde Madrid subieron sólo trenes vacíos. Corrían rumores
de que Madrid podría estar ardiendo o ser blanco de tiroteos, mas no había
forma de confirmar nada, el teléfono estaba cortado.
El
lunes de madrugada ya había trabajadores del campo con escopetas de caza
cortando las carreteras de acceso a Madrid. Dejaron paso a Felix Schlayer no
sin antes ponerle algunas jovencitas las pistolas delante de sus narices con el
seguro quitado. Era el primer choque que tenían con una potencia extranjera. Las
calles de Madrid estaban completamente vacías de gente, a excepción de los “vigilantes
celosos” que en algunos casos se mostraban francamente amenazadores.
Todo
subió de tono con la toma del Cuartel de la Montaña, en el que se había
encerrado el General Fanjul con el propósito de dirigir la sublevación en
Madrid con un regimiento de Infantería y unos cuantos miembros de Falange
Española. Unos pocos disparos de Artillería de Campaña y el ataque por parte de
algunas compañías de la Guardia Civil, junto con una masa popular apenas
armada, le movieron a rendirse. ¿Fue falta de decisión o miedo de sus propios
soldados que, al parecer no eran de fiar lo que le impidió apoderarse de Madrid
mediante un ataque enérgico?
Las
importantes existencias de armas que guardaban éste y otros cuarteles, pasaron
sin apenas resistencia, a manos del pueblo. Esa misma mañana Felix Schalayer se
encontró con un joven de dieciséis años que traía un fusil koppel completamente
nuevo, con la cartuchera llena, así como dos pistolas nuevas de carga
automática y al preguntarle dónde había sacado eso, le contó que después de la
rendición del Cuartel de la Montaña había ido allí y las había cogido. Cualquiera
podía llevarse lo que quería y cuanto quería. Allí,en el Cuartel de la Montaña
fue donde por primera vez comenzaron los asesinatos, en los que participaron
personas que hasta entonces nunca hubieran pensado en ello. El populacho que
entró tras la rendición, dominaba la situación y, disparaba o perdonaba la
vida, a su albedrío.
En
aquella mañana y, con el episodio del Cuartel de la Montaña, quedó decidido el
destino de España: la guerra civil, en toda su aterradora extensión, ya que, si
quien estaba comprometido en el mando del sector militar de Madrid, en lugar de
encerrarse en los cuarteles, se hubiera atrevido a dar un audaz golpe de mano y
apoderarse de la ciudad, tal como estaba haciendo el General Queipo de Llano en
Sevilla, se hubiera sofocado en embrión la resistencia roja, puesto que sin
Madrid, y por tanto sin la España central y, sobre todo sin el oro atesorado en
el Banco de España, quedaba excluido cualquier tipo de organización roja capaz
de englobarlo todo.
El
nuevo Gobierno, con notable falta de sensatez, entregó las armas y, con ellas,
la autoridad. Al contrario que Martínez Barrio, que no se atrevía a armar al
pueblo, el nuevo Presidente del Consejo de Ministros, Giral, farmacéutico de
Madrid, exhortaba a todos a empuñar las armas y que hicieran uso de ellas sin
escrúpulos. Ese mismo día también se abrieron las puertas de las cárceles de
los presos comunes, a los que se liberó como “hermanos”. Se empezaron a quemar
iglesias y conventos y a echar de allí a sus moradores. Toda la gente decente
permanecía escondida en sus casas.
Comenzó
entonces la era de la “soberanía del pueblo”. Maestros, los delincuentes
comunes a los que se les había regalado la libertad. ¡U.H.P! (¡Uníos hermanos
proletarios!) se convirtió en una especie de contraseña sustitutoria del pago
en cualquier restaurante. Durante muchas semanas, los patrones de la hostelería
española tuvieron que aguantarse y mantener ese tipo de explotación de su
negocio, bajo amenazas de muerte. Entre ellos algunos cayeron a tiros, delante
de sus locales, por haber provocado de alguna manera el disgusto de su “noble
clientela”.
Pronto
cambió sin embargo el aspecto hasta entonces inofensivo de las carreteras,
comenzaron a aparecer los primeros muertos al borde de las mismas. La que cruzaba
la Casa de Campo era el escenario de asesinatos a gran escala. Allí se abrieron
zanjas en las que todas las noches los llamados “milicianos” arrastraban a
personas, los juzgaba un “Tribunal”, compuesto por media docena de malhechores,
entre los que también había mujeres, e inmediatamente se les fusilaba. Uno de
los lugares preferidos por esos verdugos era el cementerio del pueblo de
Aravaca. Allí fueron enterrados en pocas semanas, de trescientos a
cuatrocientos seres humanos, hasta que se llenó y ya no quedaba sitio. Ocho monjas
que pasaron por el puesto de guardia, tras darles el alto, manifestaron querer
ir a pie hasta Villalba para ser útiles como enfermeras. No las creyeron y el
Comité del Pueblo las condenó in situ a muerte. Cuando iban a dispararlas, la mayor
de ellas gritó: “¡Supongo que serán mujeres las que disparen contra nosotras,
porque sería una vergüenza que los hombres se pusieren a matar mujeres!”. Llamarón
al Comité por teléfono y mandaron media docena de las más sanguinarias, que
cumplieron con el “encargo” sin el menor sentimiento de humanidad. Pocos días
antes les había tocado a dos sacerdotes que vagaban por allí a pie.
Se
inventó por tanto, “el paseo”. Cada mañana podía uno encontrarse en Madrid con
vehículos mortuorios cerrados, cuyos guardabarros, casi en contacto con las
ruedas, acusaban de lejos la sobrecarga que llevaban. En el espacio de tiempo
comprendido entre finales de julio y mediados de diciembre de 1.936 se
practicaron solamente en Madrid, noche por noche, de cien a trescientos “paseos”.
Unos treinta y cinco mil a cuarenta mil, seguro que por debajo de la cifra
real.
El
gobierno de Giral aunque burgués y radical no tuvo escrúpulos en tolerar tal
anarquía. Aparece la codicia: ¡los comunistas, sus nuevos señores, les habían
enseñado que la tierra les pertenecía en cuanto hiciesen desaparecer de ella a
su legítimo dueño! Un bandido de 28 años, García Atadell, estaba al frente de
una brigada de la Policía estatal. Desvalijaba todo y a todos. Finalmente huyó
a Francia para proteger su botín de las apetencias ajenas. Pero el destino
quiso que cuando iba en barco, fue capturado por los “nacionales” en el buque
que viajaba. Pagó sus crímenes con la muerte por el procedimiento más infame:
el “garrote vil”.
Entre
los asesinados también figura el último descendiente directo de Cristóbal Colón.
Llamábase como su antepasado, Cristóbal Colón, Duque de Vergara. Natural,
modesto y bondadoso. Su muerte o asesinato ocurrió ya bajo el “Gobierno Popular”,
compuesto por socialistas y comunistas de Largo Caballero. Cundía pues la
bestialidad como un contagio entre los habitantes antes pacíficos y correctos.
¿Guerra civil o bandolerismo? Los combates se habían iniciado ya, desde los
primeros días en el Alto del León de la sierra de Guadarrama. Lo tomaron los
nacionales y allí se habían hecho fuertes. Sobrevolaban numerosos aviones rojos
y muy pocos procedentes del otro bando. Sin embargo resistieron a pesar de su
escaso número de efectivos.
Las
cárceles se iban llenando con millares de mujeres y hombres, se practicaba con
gran celo la “requisa” de casas y bienes. En este aspecto se produjo una
auténtica y ridícula competencia entre el Estado y las organizaciones de
trabajadores. Ganaban la partida las bandas anarquistas. En una carrera a ver
quién ponía primero su cartelito rojo a las casas o en las puertas de los pisos
de las viviendas conde había un botín que “requisar”. Se dieron casos de “requisas”
en que sobre la misma puerta de la casa intervenida, en una hoja pegaban la
etiqueta anarquista y en otra hoja la del Gobierno. Luego cobraban los “alquileres”
a los inquilinos y utilizaban con mucho rigor el desahucio si se retrasaban en
el pago. El fin era apropiarse de los bienes ajenos, para mal utilizar la
propiedad, que ellos tanto denostaban. El gran auxilio vino prestado por las
representaciones diplomáticas. La de Noruega, al cargo de nuestro “anónimo”
héroe, D. Félix Schlayer fue llamada “Gross Asyl Noruega” (“Gran refugio de
Noruega”). Los casos particulares que se presentaban cada día y a cada hora
eran en parte terribles y en parte grotescos. Un hombre, Oficial del Ejército,
se pasó tres días con sus tres noches escondido, tumbado debajo de un colchón
en el que se estaba desarrollando el parto de una señora. Únicamente así pudo
salvarse. Se estilaba el dicho alemán “mitgefangen mitfehangen”, (“juntos
hallados, juntos ahorcados”).
Las
situaciones que nos deparan los tiempos revolucionarios son no sólo una falta
de reconocimiento, sino el más severo desprecio de las mejores virtudes humanas
tales como la nobleza y la lealtad. Como bien pensaba Schlayer, “cuando se han
vivido esas escenas y se han oído súplicas desesperadas de esposas, madres,
hermanas, un ser humano compasivo, prescindiendo de todo sentimentalismo, no
puede permitirse una fría reflexión diplomática considerando ulteriores
complicaciones; lo que hay que hacer, en tales casos, es ayudar y salvar, si es
que uno quiere seguir estimándose a sí mismo”. A novecientas personas llegó a
acoger nuestro buen hombre en la Legación Noruega. Personas que no podían dar
un paso fuera de la casa, procedentes de todos los niveles sociales, ¡todo ello
durante más de un año entero! Todo el trabajo que había que realizar dentro de
la casa corría a cargo tanto de las mujeres como de los hombres.
Todo
español lleva dentro algo así como un “caballero”, sólo hay que ayudarle a que
se manifieste, pensaba Félix de este modo. (Continuará).
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