MEMORIA EN SU MEMORIA (VI)
QUIEREN
ASESINAR A 17 MUJERES ENCARCELADAS ¿EVITÓ SHCLAYER EL “SEGUNDO PARACUELLOS?”.
ME PARECE QUE SI.
En
los primeros días de noviembre de 1.936 las tropas del General Franco habían
alcanzado los alrededores de Madrid. El ambiente era tenso y los ánimos estaban
excitados. El Gobierno, vergonzosamente, huyó de improviso en la mitad de la
noche. Se fue a Valencia en varios automóviles y abandonó a los seducidos proletarios
madrileños al destino que en cualquier momento podría presentárseles como
inmediato.
Bien
es verdad que los anarquistas de Tarancón, pequeña población situada en la
carretera de Madrid a Valencia, se opusieron al paso de tales desertores sin
conciencia, y exigieron su regreso a la lucha de Madrid. Aquellos señores
prefirieron, sin embargo, luchar con la lengua y consiguieron tras dos horas de
combate verbal con tan primitivos “ilustrados” del pueblo (combate tan
dialéctico) en que llegaron los Ministros a sufrir desperfectos en su atuendo y
sus mandíbulas pues tuvieron que padecer desagradables contactos con los puños
de sus aliados, que se les dejara pasar, con el fin, según explicaron, de
liberar a Madrid desde fuera.
Se
interesa nuestro querido Schlayer por 17 mujeres encarceladas en un viejo
convento de la Plaza Conde de Toreno, provisionalmente convertido en cárcel,
pues se habían presentado unos cuantos comunistas y anarquistas caída ya la
noche, con una lista de las diecisiete mujeres más importantes de la prisión,
con el pretexto de que prestaran declaración ante un tribunal. Era esa la fórmula
clásica de emprender “el paseo” nocturno. Habiendo allí unas 1.200 presas y
conocedoras de las “intenciones” de los milicianos recién llegados, se negaron
a dejar paso a las guardianas (milicianas también), en vista de la resistencia
de las mujeres presas, tuvieron que alejarse sin conseguir lo que se proponían,
pero dejando a las milicianas la orden de llevar a cabo en el momento oportuno
el crimen que a ellos les había fallado. Las milicianas tendrían, pues, que
matar con sus pistolas, en la noche siguiente, a esas diecisiete mujeres, en la
propia cárcel y ya las habían aislado al efecto, muy temprano, encerrándolas en
una celda en la que a ellas no se las podía impedir la entrada.
Unas
semanas más tarde, en los alrededores de esta cárcel provisional, cayeron
granadas de los nacionales y, el Gobierno decidió trasladar la prisión a la
alejada zona de Chamartín, e instalarla el edificio de un asilo para niños
escrofulosos llamado San Rafael. Es clarificadora la descripción del episodio
de un reportero español que pudo pasarse a “zona blanca” y publicar sus
observaciones en febrero de 1.937, en los periódicos de allí:
“La tarea de los traslados de
las cárceles empezó a progresar y, con ello aumentaron los asesinatos. Por imperativo
de que la cárcel de mujeres, situada en la calle de Conde de Toreno, se
encontraba en zona de guerra hubo necesidad de trasladarlas y, por ello, las
milicias se presentaron en el lugar, para ejecutar la orden. El propósito que
con ello perseguían, parecían los mismos que cuando vaciaron la cárcel Modelo. La
fina percepción femenina lo presintió y las mujeres se negaron a abandonar el
edificio. Las amenazaron con disparar pero no les hizo impresión. Había, pues,
que buscar un medio para sacar a las presas. Se procedió a deliberar. Sólo existía
una persona que en el transcurso de la Revolución había destacado como un
apóstol, y en el que las mujeres tenían una confianza ciega, el Doctor
Schlayer, Representante de Noruega en España. A él era a quien había que
llamar. Después de haber obtenido garantías solemnes de que se respetaría la
vida de todas las presas; les dio a éstas su palabra de honor de que podían,
sin temor, abandonar la prisión, para ser conducidas al asilo de San Rafael en
Chamartín, que se había acondicionado al efecto. Los dirigentes de tal chusma,
que seguían las directrices de Moscú, tuvieron que pasar por la vergüenza de
que fuera un extranjero representante de un país asimismo extranjero, el que
efectuara el traslado de las presas. Pero la actividad efectiva de ese hombre
no se detuvo allí. Con camiones y con automóviles corrientes, que había pedido
a sus colegas, transportó aquél día más de mil colchones, para que esas
sufridas mujeres tuvieran donde dormir de noche. Aún tuvo que llevar, de los
víveres almacenados en su Legación, unos cuantos sacos de patatas para que
tuvieran algo de comer, ya que nadie se había preocupado de esos detalles. A su
actuación, se debe, que no se repitiera el horrible espectáculo de los días
precedentes”. (Continuará)
José Cuevas,
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