MEMORIA EN SU MEMORIA (X)



OBSERVADORES E INFORMADORES INCÓMODOS. DERRIBAN A UN AVION FRANCES Y NO SON ELLOS LOS AUTORES, SON LOS OTROS. ¡MÁS MEMORIA!

(Por su importancia, a mi creer, esto lo transcribo entero)


Dos acontecimientos ocurridos en el mes de diciembre afectaron al Cuerpo Diplomático y merecen ser mencionados. El Delegado del Comité Nacional de la Cruz Roja fue llamado a Ginebra unos días antes de que se celebrara una sesión del Consejo de la Sociedad de Naciones en la que Álvarez del Vayo pensaba desempeñar su habitual papel de salir defendiendo a “Caperucita Roja” o a la “inocencia ultrajada”, y estigmatizando a los “lobos nacionales”. El Delegado tenía material probatorio de peso, sobre todo en lo concerniente a los asesinatos de detenidos, del mes de noviembre. El avión del Gobierno Francés que pensaba utilizar para el viaje, llegó a Madrid procedente de Toulouse sin impedimento alguno.

Al día siguiente tenía que regresar el aparato con el Delegado y dos periodistas franceses (de “Havas” y del “Le Matin”). Por la tarde, otra persona que ejercía sus funciones en el Comité Internacional, se encontró con un francés a quien conocía que desempeñaba un papel importante en el servicio de contraespionaje rojo en Madrid. Este le dijo que el avión no saldría al día siguiente. A la mañana siguiente, el avión tenía, en efecto, un fallo de motor que no se manifestó hasta el momento de arrancar, con lo cual de hecho no pudo salir: los viajeros tuvieron que volver a casa y esperar veinticuatro horas. A la mañana siguiente, el avión ya reparado, emprendió el vuelo. Cerca ya de Guadalajara, o sea a pocos kilómetros de Madrid, vino hacia él, otro avión que, al principio volaba en torno a él, trazando grandes círculos. Llevaba los distintivos del Gobierno Rojo. El francés lo saludó como de costumbre, con las alas, moviéndolas hacia arriba y hacia abajo para darse a conocer, a pesar de que, además, llevaba grandes distintivos de la Aviación francesa y la inscripción “Embajada de Francia”.

El avión rojo voló a su alrededor, se alejó, cambió otra vez el rumbo, volvió, voló debajo del avión francés y disparó sobre él con su ametralladora desde abajo. Y luego se alejó a toda prisa. El espantado francés, que me hizo personalmente este relato, bajó inmediatamente. Sólo la cabina había sufrido los disparos. Los tres ocupantes resultaron lesionados. Uno de los informadores murió de sus heridas, al otro hubo que amputarle una pierna, el Delegado después de permanecer en cama cuatro meses, salvó por lo menos su vida. Pero los ominosos documentos no llegaron a Ginebra a tiempo, para no poner en apuros a Álvarez del Vayo. Entonces resultó que se trataba de la “agresión criminal de un avión de los nacionales al avión diplomático francés”. ¡Y tal fue lo que la indignada prensa roja anunció al Mundo!

Muy semejante fue la escenificación, poco tiempo después, del bombardeo aéreo de la Embajada Inglesa en Madrid. En medio de la noche vino un aviador “nacional” y buscó, entre tinieblas, única y exclusivamente el edificio de la Embajada Inglesa, que se hallaba empotrado entre dos casas, para lanzarle dos bombas. Con toda delicadeza emplearon un calibre moderado para tal saludo, de forma que sólo dañara la armadura del tejado y quedara herida una persona. Una vez hecha la fechoría se fue de allí sin dar más señales de vida. Tan refinada infracción contra los santos preceptos del derecho de gentes fue explotada a fondo al día siguiente por la prensa roja. Los ingleses subestimaron, sin embargo, la maestría de los aviadores nacionales hasta el punto de cargar sin más la “equivocación” a cuenta de los rojos.

El otro caso fue el asesinato del agregado de la Embajada Belga Borchgrave. Una mañana soleada de domingo, salió este de la Embajada para pasear un poco en coche. Iba sólo, conduciendo su pequeño automóvil. Ya no volvió más y desapareció sin dejar rastro. Llevaba encima su documentación diplomática y el coche ostentaba la bandera belga. Durante días y días, la Embajada de Bélgica estuvo acosando a Miaja y a los militares civiles que dependían de él. Nadie sabía nada, nadie le había visto. Tampoco se podía encontrar el coche. No le quedaba a la Embajada más remedio que prescindir de las llamadas autoridades y emprender investigaciones directas. Con gran esfuerzo e infinitas fatigas, y no sin correr peligros personales, pudo el Encargado de Negocios de la Embajada Belga descubrir lo ocurrido al cabo de varios días.

Borchgrave se había trasladado al frente de Madrid por la carretera que sube a la Sierra, para buscar a dos belgas heridos, reclutados por la Brigada Internacional. Lo detuvieron, a pesar de presentar su documentación diplomática, lo llevaron al pueblo cercano de Fuencarral para someterle a interrogatorio. No había en modo alguno puntos en que apoyar una acusación, ni siquiera para imputar un cargo correcto, ni tampoco para poner en marcha una investigación judicial o someterle al juicio de un tribunal. Lo mantuvieron preso en el pueblo desde el domingo hasta el martes temprano, en que, de madrugada lo llevaron a la carretera y allí lo fusilaron. Intentaron borrar cualquier rastro de su identidad, le robaron la documentación y la ropa, cortando hasta las iniciales de sus prendas interiores. Lo enterraron inmediatamente con otros veinte asesinados en una fosa común en el cementerio del pueblo.

El Juez del pueblo había hallado la fórmula exacta: la calificación de “muertos no identificados” y había descubierto de paso que a los asesinos se les había escapado que en la hebilla del pantalón figuraba escrito su nombre completo, que el Juez hizo constar en el acta. A pesar de ello el cadáver se declaró “no identificado” con lo que se intentaba encubrir el asunto. El “Gobierno”, es decir, Miaja y sus compinches, no hicieron lo más mínimo para aclarar el asesinato. Miaja, el héroe, le tenía miedo a su departamento de “ contra-espionaje” y no se atrevía a meterles mano. En cuanto al coche de la Embajada de Bélgica, nunca apareció.



José Cuevas,









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