MEMORIA EN SU MEMORIA (VIII)
ASESINATO
DE RICARDO DE LA CIERVA.
Ricardo
de la Cierva era el Abogado de la Legación Noruega. Veía Félix Schlayer graves
inconvenientes en llevar en una avión a Toulouse a los señores de la Cierva,
padre e hijo, (tal como proponía el Director de una importante sociedad
extranjera), debido a la gran popularidad del padre, uno de los hombres más
conocidos por sus muchos años de actividades de Gobierno, como dirigente
político conservador. Al final se decidió que el padre se quedara, pero que se
marchara el hijo.
Schlayer
ante los problemas aparecidos para el viaje, se negó a dar un pasaporte falso. El
joven estaba, naturalmente inconsolable ante la perspectiva fallida de reunirse
con su familia y poder escapar de los peligros de Madrid. Insistieron a
Schlayer que como Abogado de la Legación Noruega se le podía considerar
adscrito al personal de la misma y, que tampoco era necesario un verdadero
pasaporte sino que bastaba con un “laissez –passer” (salvoconducto), extendido
en papel corriente de la Legación Noruega, pues de lo que se trataba era sólo
de proveer a los empleados del aeropuerto de un pretexto para dejarlo subir a
bordo. Una vez dentro del avión, podía romperse el papel. No había peligro de
que se descubriera, ya que en el aeropuerto todo era cuestión de dinero.
Preguntaron
al joven cuánto dinero tenía; este contestó que 300 pesetas y declararon que
era suficiente. Todos estos argumentos, y especialmente la compasión que le
inspiraba el desesperado joven, condujeron finalmente a Schlayer a extender un
simple salvoconducto en el que solo constaba su ruego dirigido a un
funcionario, en el sentido de que dejarán paso libre a Fulano de tal, súbdito
noruego.
Como
el avión aún estaba disponible y la madre y la hija tenían los papeles en
regla, Félix les pidió que las llevaran también, en lugar de tener que hacer el
molesto viaje por mar, pasando por Alicante. Se convino en que las dos señoras
se trasladarían al aeropuerto con el correspondiente Encargado de Negocios y la
Cierva, en cambio iría con Schlayer y que embarcarían como personas
desconocidas entre sí. Cuando apareció finalmente el piloto del avión, subió
Ricardo de la Cierva el primero. Cuando estaba en el último escalón, llegó corriendo
un “tío” que gritaba “¡Pare, aún hay que hacer una aclaración”! La Cierva que
había quedado en no entender ni una palabra de español, movido espontáneamente
a la llamada, cayó enseguida en la trampa, bajó del avión y se fue con aquel
hombre a un despacho, Félix entró detrás. Allí les explicó el Jefe del
Aeropuerto que uno de los empleados decía que aquel señor no era el que
figuraba en la documentación sino un español, y que el avión no podía salir
mientras no quedara claro todo aquello.
Vino
al despacho el propio Muñoz, Director General, pues el asunto debió parecerle
de sobra importante como para resolverlo a su gusto. Entró y preguntó ¿Quién es
ese señor? Schlayer contestó que de noruega. De pie, frente a frente, mirándose a
los ojos mutuamente: él no sabía cómo continuar. La finalidad que perseguía
Schlayer era obligarle a reconocer la decisión adoptada por el Decano del
Cuerpo Diplomático, si es que no quería dar, sin más, por válido su citado
documento. En este momento decisivo La Cierva dio un paso adelante; su fuerte
sentido del honor no le permitía admitir que Schlayer pudiera tener por su
causa, dificultades con el tristemente célebre Muñoz. Dijo: “Señor Director,
quiero hacerle una confesión. He abusado de la buena fe del señor Cónsul; soy
Ricardo de la Cierva”. Muñoz replicó: “Veo que es Ud. un hombre de honor y que
pone las cosas en su sitio”. Se dirigió entonces a Schlayer y le espetó: “Ve
Ud., señor Cónsul, que este hombre ha declarado con toda libertad, haberle
engañado. Su salvoconducto carece por tanto de validez”. Indicó a Ricardo que
extendiera su declaración sobre un trozo de papel y, a continuación lo detuvo.
Acababa de firmar su pena de muerte.
Días
más tarde el Ministro del Aire, Indalecio Prieto, llamó a Schlayer para
comunicarle que, por desgracia, no había podido obtener la libertad de La
Cierva, pero sí había aprovechado la ocasión para subrayar la extraordinaria
importancia de dicho preso, ya que su detención la había efectuado
personalmente el propio Director General, en presencia del representante
diplomático de una nación extranjera. También por su apellido tan conocido, y,
además, por ser hermano del famoso inventor. Que se adoptarían las medidas
necesarias para defenderlo de incidentes imprevistos. Por todo ello, no creía
que hubiera que temer por su vida.
Sin embargo el asunto de La
Cierva tuvo un final trágico: La Cierva fue asesinado con muchos centenares de
otras víctimas de la cárcel Modelo. Largo Caballero y Galarza se habían opuesto
a que se le pusiera en libertad y a ellos se debe que no fuera posible hacerlo.
¡Caiga su sangre sobre ellos!
José Cuevas,
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