MEMORIA EN SU MEMORIA (VII)
ANARQUISTA
O APOSTOL. HOMBRE DE HONOR: MELCHOR RODRIGUEZ. ¡MEMORIA EN SU MEMORIA
IGUALMENTE!
Ensalza
Schlayer el mérito de un hombre que, en su comportamiento y protección a los
presos, se distinguió y supero en mucho, en cuanto a relaciones humanas se
refiere, a cualquiera de los demás funcionarios rojos. Se refiere a Melchor Rodríguez, natural de Triana,
barrio de Sevilla, anarquista de unos 45 años, y de cuño idealista. Chapista de
profesión, especialista como carrocero de automóviles, buscado y bien pagado
por los talleres de Madrid, como obrero hábil, experimentado y de confianza.
Había pasado más de la mitad de los últimos 15 años en la cárcel, porque su
orientación idealista le llevaba inmediatamente a hablar contra el Gobierno, en
las asambleas anarquistas, tan pronto como lo soltaban.
Con
excepción de las escasas semanas que trabajaba y llevaba a su casa un salario
importante, era su mujer la que haciendo de lavandera, ganaba el sustento para
la familia. La clase de imagen nada vulgar, y apolítica, que él se hacía y
expresaba se desprende del siguiente himno:
Anarquía es:
Belleza, Amor, Poesía,
Igualdad, Fraternidad,
Sentimiento, Libertad,
Cultura, Arte, Armonía,
La Razón, suprema Guía,
La Ciencia, excelsa Verdad
Vida, Nobleza, Bondad,
Satisfacción, Alegría,
Todo eso es Anarquía,
Y Anarquía, Humanidad.
Tuvo
que ver con desilusión de qué modo se traducía en la práctica la palabra
“anarquía”. ¡Tan distinto a cómo se veía en el papel! Pero él, por su parte,
intentaba vivirlo. Cuando Félix Schlayer habló con él por segunda vez le dijo: “Ud. no es un anarquista, sino un cristiano
primitivo, de los de las catacumbas y tropieza como ellos, con el escollo de
que la humanidad es, en realidad totalmente distinta de cómo Ud. la sueña”.
Cuando
lo nombraron Delegado del Gobierno para las prisiones, acababan de consumarse
las matanzas masivas de presos por parte de los comunistas y anarquistas.
Melchor prohibió inmediatamente cualquier saca que mermara la población de las
prisiones. Al aceptar el cargo, había renunciado expresamente al sueldo de mil
quinientas pesetas mensuales. Pero ya, a los cuatro días renunció al cargo. A
sus espaldas habían sacado, de nuevo, los comunistas a una docena de hombres de
una prisión y los habían fusilado; al exigir Melchor un inmediato castigo
ejemplar para ellos, se encontró con la cobardía del Ministro, también
anarquista y tras una escena violenta le arrojó a los pies el nombramiento.
El
mismo Ministro volvió a llamar a Melchor Rodríguez más adelante, el cual aceptó
el cargo con la condición de que, ningún preso saldría de la cárcel sin su
firma. En enero de 1.937 tuvo Melchor Rodríguez ocasión de mostrar toda su
hombría. En Alcalá de Henares, pequeña ciudad a 30 Km. de Madrid, lanzaron
bombas los aviones nacionales y causaron víctimas. El populacho furioso, y los
milicianos, se presentaron ante al establecimiento penitenciario allí
existente, (el cual albergaba a 1.200 políticos procedentes de Madrid),
pidiendo que los dejaran entrar para matar a los presos.
El
Director de aquella cárcel, persona muy humana en su proceder, se resistía y
pidió ayuda al General Pozas, ayuda que se denegó, diciendo que no permitiría
que se disparara un solo tiro contra el pueblo. Entonces en el momento de
máximo peligro, apareció de repente y por pura casualidad Melchor Rodríguez,
pistola en mano, se plantó delante del portalón de la entrada a la cárcel y
tuvo a la muchedumbre en jaque. Desde las cinco de la tarde hasta las tres de
la madrugada, estuvo luchando, entre discursos persuasivos y amenazas, con las
distintas “autoridades” de la pequeña ciudad que habían hecho causa común con
el populacho y les obligó a retirarse. A ningún preso bajo su custodia le pasó
nada.
Tampoco
es de extrañar que tal espíritu de humanidad, a la larga, no pudiera avenirse
con la reinante embriaguez de odio y destrucción y que Melchor Rodríguez, a los
pocos meses, fuera de nuevo sacrificado por el mismo Ministro, a los malvados
propósitos de los auténticos representantes de la política bolchevique.
(Continuará).
José Cuevas,
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